jueves, 5 de julio de 2012

Cigarrillos y alcohol


(Aviso: "Cigarrillos y alcohol" es algo que deben leer, imaginando a una mujer de treinta y un años contando su historia. Sí, es mi historia y nada aquí es mentira)

Crecí en una familia "normal". Madre, padre, hermanos, abuela, tíos, primos... Padre... Un padre. Sí recuerdo en lo más profundo de mi alma ver a mi padre sentado  en la cocina frente al televisor, con su vaso y su botella de cerveza al lado, y un paquete de cigarrilos abiertos. Impasible, pero con sus sonoros y aturdientes roquidos, rugidos que resonaban por toda la enorme casa de mi abuela, mientras yo correteaba por la gran escalera, abría puertas, cajas y cajones, y prendía y apagaba aparatos extraños que conseguía. 
Recuerdo ese día en que vi a mi padre despertarse y caminar al baño, dejando al borde de la mesa y a mi perfecto alcance esa enorme botella de líquido frío, amarillento y con abundante espuma blanca. Yo era una pequeña, no entendía qué tipo de poción era esa. No comprendía por qué mi papá se veía imposibilitado a vivir sin este, ni por qué cada vez que lo tomaba caía dormido un rato más tarde, ya sea en una cama, sillón, recostándose sobre una mesa, o bien, sentado y con la cabeza volcada sobre el hombro. No entendía tampoco por qué esa irritabilidad en él, o el rojo de sus ojos, ni el constante tambaleo al caminar.
Una vez activados mis recuerdos en aquel corto instante, tampoco entendía por qué mi madre lo odiaba tanto. Recordé inmediatamente la ocasión en que "mami y papi" discutían a gritos, entre "malas palabras", o "palabras feas", mientras mis ojos de niña de cuatro años, iban y venían entre la monstruosa escena, en la que mi madre rompía las botellas de "aquél líquido", entre lágrimas, mientras mi papá a gritos, abría otras y las vaciaba sobre mi madre, y yo volvía la mirada rápidamente a mi pequeño pizarrón, en el que yo me encontraba inocentemente dibujando flores, casas, soles y nubes a tiza blanca. Mis pupilas viajaban entre "papi y mami", y mi pizarrón... Mami, el pizarrón; papi, el pizarrón; mami, el pizarrón; papi, el pizarrón, cuando derrepente siento caer sobre mí esa esa olorosa sustancia que entre mis padres se vaciaban. Esta bajó, empapó mi ropa y mojó mi pizarrón, borrando así la casa, el jardín floreado, los árboles, el radiante sol y la pequeña laguna, en los que puse tanto empeño. No hice más que correr llorando a mi mamá, que se encontraba gritando cual endemoniada aún, y al ver que esta ignoraba o no escuchaba a los llamados de mi débil voz, dejé mi pizarrón con el paisaje borrado por el chorro de cerveza, en algún lugar del piso y me fui entre lágrimas y con mi ropa mojada a esconder detrás de alguna puerta cercana, de manera que tuviera oportunidad de continuar observando curiosa y triste la salvaje escena. 
Apenas finalizó la proyección en mi cabeza de aquel recuerdo, me dí cuenta de que mi padre volvería del baño en cualquier momento. Yo continuaba igual de intrigada y deseosa de entender aquella rareza.
Elevé mis manos hacia la mesa (a la cual me sentía muy orgullosa de haber alcanzado en altura recientemente) agarré el gran vaso de vidrio, lleno de misterioso líquido y sorbí mi buen trago, que por cierto, no fue ningún "sorbito". De inmediato, algo me hizo considerarlo algo malo y sucio. Apenas lo tuve en mi boca, sentí ganas de escupirlo, y sin embargo, en pleno momento de desesperación, lo tragué por accidente. Asqueada, confundida, busqué un poco de agua y me sacié de ella hasta ya no sentir en mi boca ese horrendo sabor a veneno. Inmediatamente después escuché cómo se abrían las puertas del baño al fondo del corredor, y salí de la cocina para volver a mis juegos. 
Ese líquido de abundante espuma, apariencia mística y dorada, de fuerte olor, era la misma desgraciada que arruinó años de mi vida, de la vida de mi padre, la de mi madre, la de mis hermanos y se entrometió en la mía, que pudo haber sido una bella y tranquila infancia.
Hoy día, miro mi patética vida. Me encuentro bebiendo la misma basura que mi padre, aspirando cada tantos segundos el putrefacto humo de mi cigarrillo, que recorre mis pulmones sin que  me importe evitarlo. Mi vida y lo que vaya a ser de ella me importa poco. Sé bien cómo terminaré. 
Ahora pienso en mi padre. Lo recuerdo sentado con su botella de cerveza al lado, los ánimos por el suelo y los ronquidos que resonaban por toda la casa. Me pregunto si él estaba pasando por el mismo dolor que hoy, a mis treinta y un años de vida experimento...



Sabrina A. Jackson Gallagher



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