domingo, 17 de marzo de 2013

¡Mami, tengo hambre!

-Mami, tengo hambre. -decía Gina, de seis años. Y mamá no sabía qué hacer. -Mami, tengo hambre. -Y mamá angustiada, revisó cada rincón de su pequeña morada. Ni una migaja de pan. -Mami, me duele la barriga, tengo hambre.  -decía Gina abrazándose la barriga.
Casi en lágrimas, mamá miró a su niña a los ojos y salió por la puerta apresurada. Corrió entonces por el camino de barro, espiando disimulada los jardines vecinos, hasta que por fin dio con lo que buscaba. Entró a aquella casa de fondo desprotegido, y asaltó el gallinero, con supremo sigilo.
Volvió a pie a casa con un huevo pequeño de gallina protegido entre sus manos. No encontró a Gina, porque ella se había acostado en su cuarto tratando de olvidar el hambre. Se encerró en la cocina, lavó las dos varas mágicas a las que muchos llaman manos y las puso a la obra. 
"¡Hijita, ven a comer!" llamó mamá mientras se secaba las manos con el repasador. Gina entró a la pequeña cocina y encontró sobre la mesa un enorme banquete, que incluía codornices asadas, chorizos norteños, caldos de res, un mondongo con olor a gloria, tajadas de plátano frito, tortas de dulces americanos, y demás delicias, acompañadas por batidos de frutas para beber. ¿Pero de dónde había salido todo eso, si en casa no había nada? "¡Mi mamá es mágica!" repetía Gina en su cabeza.
Luego de semejante banquete que la niña no logró acabar, se acostó con el estómago a reventar, y se quedó dormida. Pero despertó a las seis bañada en el sudor de la calurosa tarde de aquella zona, y mareada llamó a mamá. "¡Mami, me siento mal!". Y mamá acudió apurada. Le cambió la ropa por algo seco para que estuviera más cómoda, pero aun aquello no conseguía aliviar su malestar. "Me duele mucho la cabeza, mami". Y mamá sonrió. Sin hacer más que posar la mano sobre la cabeza de Gina, entonó "Arrorró mi Gina, arrorró mi amor, arrorró cielito que me bajo Dios. Este gran secreto yo le cuento a usted: que la niña que amo me ama también. Viste de princesa, camina con fe. Tiene una sonrisa como hecha a pincel."
Y así sin pasar más de diez segundos, Gina volvió a estar estable, fresca y con mucha energía. "Mamá, ¿cómo hiciste eso?" preguntó la pequeña sorprendida, y mamá rio. "Las mamás tenemos super poderes" contestó ella entre risas traviesas. Más tarde cenaron lo que había sobrado del almuerzo, y se fueron a dormir. 
Gina se durmió y a las cuatro de la mañana lloraba asustada, aterrada por aquel sueño que tuvo, en el que vio a su padre volver a la casa con un arma. Mamá nuevamente acudió con su rostro de paz a acariciarle la frente y secar las lágrimas, y entre cuentos de gatitos y ratones traviesos, Gina volvió a dormirse y al día siguiente no recordó nada de lo ocurrido por la madrugada.
Apenas despertó a la mañana siguiente, dibujó a su mamá vestida de rosado, con una corona y una brillante varita mágica en sus manos. "Mamá, mamá, ¿puedes escribir aquí 'Mi mamá es un hada mágica'?" Y así mamá lo hizo, sonriendo. 

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