lunes, 10 de septiembre de 2012

¿Quién se balanceaba al borde de mi jaula?


Ese día, la exhibición de humanos cerró a las diez de la noche... Las bestias cerraron las puertas y se fueron a sus hogares.


Todos aguardaron un rato, esperando a que las bestias ya estén muy lejos del lugar, y después de la una de la madrugada, comenzaron a escucharse lamentos, llantos, gritos desde las jaulas de todos los humanos. Algunas hembras embarazadas que se encontraban llorando, otros machos gritando, y en algunas otras jaulas tuvieron que resignarse a la homosexualidad con sus compañeros de la celda, para combatir un poco la soledad que los agobiaba.

Yo, por mi parte, me mantenía llorando en silencio por dentro. Todo estaba en penumbria, pero sin embargo, logré divisar en la cima de la reja de mi jaula una especie de sombra grisácea que balanceaba sus piernas en el aire. Me acerqué intrigada a ver qué era aquella aparición, y esta miró hacia abajo, donde yo me encontraba.


-¿Quién eres tú? -Pregunté.

-La soledad. -Me respondió.
-Ah... Rondas mucho por estos lares, ¿verdad?
-Claro... ¿Quién crees que mantiene a todos ellos así?


En cierta forma, me había caído bien. En ningún momento bajó de donde estaba y comenzamos a charlar. Me explicó que ella tiene la suerte de no sentir nada ya que es sólo un estado, un sentimiento. Pero se veía muy intrigada por saber cómo era sentirla a ella. Le conté cómo era mi vida. Se enteró de que paso todos los días con un nudo en el pecho, pidiendo clemencia a Dios para que me libere de mi soledad. Se enteró de cómo golpeo el piso de furia, cuando me doy cuenta de que necesito comunicarme con alguien y no tengo con quién. Supo de las mil lágrimas que derramaba todas las noches, cuando ya las bestias no estaban merodeando cerca. No entendía qué hacíamos allí, así que le expliqué que los monstruos nos tenían atrapados en jaulas, y nos ponían en exhibición, ya que dicen que el humano es la criatura más inteligente del planeta... Pero a la vez, la más idiota. ¿Quién no querría observar su comportamiento? Nos trataban como un entretenimiento más. Le mostré las marcas en mi piel que habían aparecido a causa de la falta de las vitaminas que el sol aporta. Le conté que suelo caminar dentro de la jaula, hablando sola en voz alta, como si estuviera conversando con algún ser inexistente. Me llamó esquizofrénica. Eso no me gustó nada. Sin embargo, su mirada inexpresiva me produjo tranquilidad, ya que no estaba demostrando impaciencia, ni odio, ni burla, y yo no me sentía juzgada de ningún modo.

Dijo que se sentía incómoda sentada donde estaba, así que tendría que bajar.


-¡Baja de mi lado, para que me hagas compañía! Así ya no estaría sola. -Clamé yo ilusionada. Sin embargo esta me vio a los ojos tan neutra como siempre. Volvió la mirada al frente y saltó fuera de la jaula. -¡¿Qué haces?! Por favor, vuelve, no quiero estar sola. Si hubieses caido de mi lado, ninguna de las dos estaría deprimida. Ambas tendríamos compañía. -Le dije. Ella seguía parada del otro lado de la jaula, mirándome fijamente. -Vuelve, ¡por favor!

-No lo haré. -Me dijo frívolamente.
-¿Por qué no?
-Soy la soledad. No quiero extinguirme. Si fuese contigo, habría compañía. Si hay compañía, no hay soledad. Entonces yo desaparecería, y de todos modos, tú seguirías estando sola.
-Pero... -No alcancé a decir nada más, ya que esta se desvaneció en el aire. Fue un alivio, ya que no tenía más argumentos para hacer que se quedara.


Me sequé las lágrimas que comenzaron a rodar por mis mejillas y caminé hacia el fondo de la jaula. La Soledad me había llenado de felicidad el rato que pude conversar con ella, y cuando se fue, me dejó un vacío inmenso. Me acerqué a mi plato, a ver si había algo de comida con qué llenar aquel vacío que me absorbía desde adentro como un agujero negro. Nada. Plato vacío. Nuevamente me resigné y me acosté en el piso a mirar a la nada. 



De lo que yo no me había dado cuenta, era que La Soledad seguía allí presente. Nunca se había ido...





Sabrina A. Jackson