martes, 23 de abril de 2013

"Rosas Blancas"


Realmente no sé cómo empezar, puesto que se extinguió de mi memoria todo lo que pasó antes de verla. Solo sé que estaba dialogando con un amigo en mi habitación. Mi mamá no estaba en casa. Solo yo, mi amigo y una muy amplia conversación nada interesante.
Mis recuerdos comienzan en el instante en que escuché el timbre sonar. Le dije a mi amigo que esperara ahí y yo bajé las escaleras sintiéndome, por alguna razón, más blanco por dentro que nunca. Salí al garage; el perro estorbaba pero pronto se alejó. Abrí la puerta de entrada en el gran portón negro, para encontrarme con nada fuera de lo normal en la calle. No había nada extraño en lo que a lo físico se refiere, pero no lograba explicarme aquel extraño pero dulce y placentero aroma a rosas, uno que no sentía desde hacían ya dos años, desde la última vez que la vi a ella. Preguntándome quién habría tocado el timbre, estuve cerca de cerrar la puerta, hasta que me llamó la atención el repentino silencio en que se sumió todo. Pronto me asusté al observar cómo del cielo caían destellos luminosos rosados. El olor a rosas se intensificó. 
En ese momento, tenía miedo pero la curiosidad podía más, al ver una pequeña ráfaga de viento que levantaba una nube de polvo blanco en la que se fue moldeando una figura femenina, de piernas maravillosas, firmes y un cuerpo que ya conocía de algún lado. Tenía sandalias y las uñas de los pies pintadas de blanco. Se fue formando la cadera, cintura, los hermosos pechos. El cuello, así como las piernas, parecían hechas del más fino y exquisito marfil pulido. El pelo le cruzaba rebelde de un lado al otro como un torrente que caía detrás de la espalda, sobre sus hombros, y bailaba al compás del viento. Era como ver una aparición fantasma, pero tan pura y hermosa que costaba temerle. En su cara aparecieron los labios rosados, nariz redondeada y los ojos profundamente castaños. Entonces la reconocí, cubierta por un halo. 
Se esfumó el polvo que la esculpía. El perfume silvestre se mantuvo. Quizás le tuve algo de miedo, pues se lucía tan majestuosa y yo tan pequeño, que quizás haya querido aparecer ahí para vengarse de todo el mal que le hice. Pero sus ojos no mostraban la menor fibra de odio. Se veía como un hada mágica, creí estar soñando. 
-Hola. -me atreví a decirle. Ella levantó las cejas con su característica simpatía, asomó una sonrisa y dijo "Hola". Nos saludamos de mejilla. Al tocar la suya, sentí una frescura agradable, y para cuando me dí cuenta, estaba congelado, inmóvil, inclinado hacia adelante. Ella me observaba, memorizando los detalles de mi cara, aprovechaba el instante. Sentí pánico, pensé que se aprovecharía de mi inmovilidad y me lastimaría. Sin embargo, no. Acarició mi pelo, jugó con él a su gusto y me acariciaba la cara, tal y como lo hacía cuando yo me acostaba en sus piernas buscando mimos. Me tocó los labios con la yema de los dedos. Sentí una vez más el antigüo deseo que le tenía a su piel suave, le quise besar los dedos, pero yo estaba completamente congelado. Acercó su cara, me respiró cerca del cuello. El sudor corría por mi cara con desespero, la deseaba tanto... Entonces la sentí respirando frente a mí. Pronto sus labios se posaron en los míos. Sentí el sonido de un arpa cantando. Entonces alejó los labios y volvió a mirarme. Pero ella sentía el mismo calor que yo por dentro. No resistió a volver a besarme, con esos besos que solo ella sabe dar, tan delicados, sentidos. Fue un instante que duró una eternidad mientras ocurría, y lo que dura una respiración cuando intento recordarlo. Aun tengo grabada en mi memoria su apariencia radiante, gloriosa, infinita, inmensa.
Finalizó el beso con otro beso en la mejilla. Ella sacó un abanico rosado a flores, se abanicó un momento, y al guardarlo, comenzó a soplar una bella brisa veraniega. Acto seguido, me dí cuenta de que jamás estuve congelado. No sé qué me ocurrió mientras la veía deshacerse y caer al piso en forma de polvos rosados y blancos. El aroma a flores silvestres no se fue. iré a todos lados, no había rastro de ella. Simplemente me resigné a recoger del suelo de la vereda, aquel montón de polvo y hojas secas de oro que tenían encima una rosa blanca con tres espinas.



-Old White Rose