jueves, 29 de noviembre de 2012

Las puertas del Edén


Abril - 1957

El bar estaba prendido en llamas, y aun la atormentante lluvia de esa madrugada no conseguía extinguir las monstruosas llamas de la pequeña localidad en la calle Ceramonía 29.

Los gritos en la vecindad se oían mortales y la pelea continuaba. Gustavo no entendía qué demonios ocurría, y por esencia del alcohol, confundía el estrepitoso escenario con el infierno. La inocencia de su mente, ignorante de la bondad de su alma, le hacía pensar que estaba viviendo el destino que se merecía por sus nunca cometidas malas acciones. En medio de la inconsciencia  y sin darse cuenta, un botellazo en la cabeza lo dejó seco en el piso, haciendo que el que alguna vez fue Gustavo Soriano, quedara como un simple cuerpo sin vida. Ni una lágrima rodó, ni un nervio se alteró, ni siquiera un par de ojos se posicionó sobre el cuerpo de Gustavo. No fue motivo de finalización del pleito, y el fuego tampoco cedió.
Fuera del alborotado plano físico, el alma de Gustavo se desprendía con sutileza de su cáscara inerte  Dos fuerza, como imanes, atraían aquel ligero espíritu libre de pesares, hacia arriba y abajo, en una lucha de dos fuerzas mortales. Finalmente ganó la fuerza de las alturas. Así el alma de Gustavo comenzó a elevarse, atravesando el techo, pasando entre las nubes, recorriendo la infinitamente perfecta galaxia, traspasando así el colosal cielo. Llegó entonces y viose encontrado sobre aquel que, a simple vista, parecía un bello suelo de nubes, sin embargo, él se sentía flotar sobre la nada. Acercóse a las rejas doradas, donde San Pedro lo observaba desde su estrado, sumiso, paciente, para recibirlo entonces con su apacible sonrisa.
Observó las rejas doradas, que parecían inútiles, ya que tanto del lado de Gustavo como del otro lado, lo único que se veía eran más y más nubes. 
Acercóse entonces el hijo de Adán al estrado, mientras San Pedro revisaba una especie de expediente de la vida del alma que había subido y llegado a la gloriosa entrada del Edén.
San Pedro se notaba algo indignado y tal vez confundido al revisar el historial de la vida de Gustavo. No conforme con lo leído, prefirió cerciorarse hablando con el recién llegado. Toda pregunta formulada, se le respondía casi igual a lo que había leído, pero aun inconforme y confundido, le preguntó si recuerda cómo falleció. Este comenzó así a relatar lo ocurrido en el bar, las llamas, la pelea, y eso era lo último que recordaba.
Ya con estos datos, San Pedro inmediatamente llegó a comprender el botellazo que el amigo recibió en la cabeza. ¿Pero qué hacía un alma tan pura como la de ese joven, metida en aquel hueco de bar? Cuyos suelos eran recorridos por cientos, quizás miles de penas de otros cientos, quizás miles de hombres. Deprimióse el pobre Gustavo al oír la pregunta. Se le decayó la mirada. Entonces comenzó a contar cómo le rompió el corazón a una mujer que lo amaba. El santo sonreía comprensivo, y fue a releer una vez más el archivo. Sin embargo, las páginas no contaban el hecho de la misma manera que salía de la boca de Gustavo. Estas relataban, en sus últimas hojas, que el individuo había sido engañado por una hija de Eva, la cual le robaba el 45% del dinero que se depositaba en la cuenta bancaria del joven. 
-"Lo que me estás diciendo, no concuerda del todo con lo que estoy leyendo, hijo mío",explicó el buen San Pedro sonriente. -"Y déjame decirte, para tranquilizarte, que no es precisamente porque seas tú quien me está mintiendo". Gustavo se sintió algo intimidado y atemorizado, pensando que no se le permitiría entrar al bello Edén, por tanto le llegaba a su alma, el momento de retorcerse en las llamas del infierno, o bien, vagar por la Tierra como alma en pena por el resto de su infinita existencia.
Bajó San Pedro de su estrado y con una mano sobre su hombro, le explicó situaciones de su propia vida que él mismo desconocía. Cerró la explicación con un gentil gesto de comprensión, y dijo con mucha claridad, "A ti aún no te toca... Te falta mucho por hacer allá abajo." 
Habiendo dicho esto, San Pedro sacó una piedra blanca, parecida a una perla pero muy lejos de serlo, y la puso en la mano derecha de Gustavo. Instintivamente, este la presionó con fuerza. Entonces este comenzó a desvanecerse, y sintió cómo iba cayendo desde el punto más alto del espacio, sin asustarse, ya que más bien, era una sensación agradable.
Luego de una larga caída, volvió a despertar y se halló a sí mismo en su cuerpo físico una vez más, acostado aun sobre el sucio piso del bar, siendo esquivado por hombres que corrían desesperados. De un modo u otro, apenas respirando, Gustavo se levantó de entre los vidrios y quién sabe por dónde, quién sabe cómo, logró huir de las enormes brazas que atacaban la localidad. 
Luego del episodio, todos los que sobrevivieron al incendio, creían que Gustavo había muerto quemado vivo o por asfixia, y sin embargo, no se encontró el menor resto de su cuerpo.
Gustavo había vuelto a su vida, aun más consciente de todo, habiendo ya dejado a la mujer mentirosa, su pasada Diosa de la falsedad, y había vuelto a comenzar, aunque pocos estaban enterados de esto, ya que casi todos lo daban por muerto.


Agosto - 2003

Luego de cuarenta y seis años del accidente, un muchacho como de trece años pasaba por aquel lugar. Su padre le había contado la historia de lo ocurrido en aquel lugar. Le impresionaba estar justo frente al lugar que un día padeció en la enorme lumbre, de la cual no hubo muertos, aunque sí muchos heridos y afectados tanto física como mentalmente. Caminando por la zona, encontró dos hojas blancas, sucias por el tiempo, llenas de barro y algunos agujeros, y así decían las primeras líneas del que parecía un viejo escrito:


Abril - 1957


"El bar estaba prendido en llamas, y aun la atormentante lluvia de esa madrugada no conseguía extinguir las monstruosas llamas de la pequeña localidad en la calle Ceramonía 29."



-Sabrina J. Rose