martes, 15 de noviembre de 2011

Nahir - Del cielo al infierno y de allí devuelta


Era joven... Era solo una niña. Quince años vividos apenas.
Nahir Gómez tenía todo lo que tantas envidiaban; salud, belleza, inteligencia, dulzura, culta, simpática, y muchas virtudes más. Era aquella muchacha que todos imaginan y nadie encuentra. La sonrisa perfecta y blanca que enseñaba, hacía creer que era la adolescente más feliz del mundo, pero nadie sabía que clase de secretos habían ocultos detrás de esos grandes ojos color miel.
Eran las 05:00 am y ella terminaba de arreglarse para otro día lleno de cosas inesperadas. Tomó sus cosas y salió de su cuarto, dirigiendose a la sala. Siempre procurando hacer el menor ruido posible, para no despertar a su peor pesadilla: Su padre.
Abrió la puerta de entrada y admiró por unos segundos el aire fresco que besaba su rostro.
Por allí caminaba... Aquella frágil figura morena con vestiduras blancas, el cabello largo y rizado color café. Avanzaba al paso veloz ya que era un barrio muy inseguro.
Llegó a la escuela, entró y al sonar del timbre, se dirigió al salón. Se acomodó y esperó al inicio de la clase. No pasaron siete minutos y al salón entró una mujer de poca estatura, aunque con una mirada intimidante.
Se paró frente al curso, que estaba totalmente descontrolado, y dijo "Buenos días, alumnos".
Estas palabras parecían ser la clave del silencio. Inmediatamente, todos se callaron y respondieron "Buenos días, profesora Gutierres".
La profesora aclaró un par de asuntos y dio inicio a la clase. Todo iba bien, hasta la tercera hora de clases.
Nahir había sentido unos golpes en la espalda, seguidos de algunas risas contenidas. Ella no prestó atención y continuó en lo suyo. Pero volvió a inmediatamente a sentir el golpe, y esta vez no pudo evitar voltearse. Cuatro de sus compañeros se divertían a costas de su paciencia...
Ese día, Nahir tenía un serio dolor de cabeza y estómago. Y además de eso, debía soportar a sus compañeros, así que de brazos cruzados, fue con la profesora y pidió permiso para retirarse a la dirección de secundaria.
Tuvo que dar una larga explicación para que la profesora Gutierres la dejara ir, hasta que finalmente accedió a que fuera.
Una vez en la dirección, se sentó y comenzó a llorar del dolor y cansancio, de una manera tan desgarradora que el director no pudo más que compadecerse y dejarla irse a casa.
Después de armar aquel revuelo, sería una falta de respeto el que Nahir no volviera a casa. Para desgracia suya, tuvo que tomar sus cosas e irse. Y así como vino, tuvo que irse. Emprendió su camino vuelta a casa, y al llegar a la entrada de la misma, se asomó a la ventana y miró al interior, y viendo que su padre estaba ya levantado, armó una estrategia para irse a su cuarto sin él notarlo.
Una vez que se le ocurrió, abrió despacio la puerta, entró y cerró la puerta, pero antes de iniciar con lo planeado, su padre volteó.
Y allí estaba... Como de costumbre, estaba frente al televisor, borracho y tambaleándose, con los ojos rojos por el efecto del alcohol.
El llamado Carlos Gómez era la figura paternal que Nahir tenía.
Sin más preámbulos, Carlos miró con desprecio a su hija y dijo "¿Por qué llegaste antes?"
Nahir comenzó a temblar. A simple vista, se leía el miedo en sus ojos, los cuales se llenaron de lágrimas de inmediato.
Nuevamente, y con más brusquedad, Carlos repitió la pregunta. Al oír esto, Nahir se se sintió acorralada y en lo único que pensó, fue en salir corriendo.
Cuando tuvo el valor, tomó su bolso rápidamente y corrió a la habitación.
Inmediatamente, Carlos salió detrás de ella, y justo en la entrada del cuarto, logró tomarla. La agarró por los pelos y la sacudió brutalmente, pegándole cachetada tras cachetada. Nahir lloraba, pero no gritaba porque sabía que como toda bestia, eso lo enfurecería más.
Una vez terminado esto, le gritó por unos momentos y se fue. Nahir quedó sola. Lloró durante un rato y luego se sentó a estudiar hasta que se quedó dormida.
Durmió varias horas hasta las cinco de la tarde, y cuando despertó, se aseguró de que su padre no esté en casa, y que como todas las tardes, se haya ido a beber con sus amigos.
Nahir aprovechó el momento. Se lavó la cara y bajó a la sala.
Eran los pocos momentos felices que ella tenía.
Buscó un CD y lo introdujo en el reproductor de música que había dejado su madre. Comenzó a sonar una música misteriosa y con un ritmo suave. La música se volvía cada vez más fuerte, hasta que estalló en una melodía fuerte, alegre y bailable.
Nahir bailaba, cantaba, y sonreía. Hacía movimientos, caras, señales al público que no había, y así hasta que la canción terminó. Era tanta la emoción, que no se resistió a repetir la escena. Y la repitió y la repitió tanto así, que duró bailando hasta las siete.
Se bañó, y se fue a dormir porque sabía que su papá iba a volver pronto y mucho más borracho y violento.
Esas, para Nahir, eran noches largas... No podía evitar recordar aquel 29 de agosto del 2004, cuando su madre enferma de cáncer, dejó de existir y comenzó a formar parte de la nada. Nahir era muy niña en ese entonces, y adoraba a su mamá, pero cuando partió, no pudo comprenderlo.
Fue más doloroso aún cuando creció y lo supo todo más claramente.
Pensó toda la noche hasta dormirse.
A la mañana siguiente, repitió su rutina. Se bañó, se vistió, bajó las escaleras con sigilo de ratón y comió algo en la cocina.
Todavía se sentía adolorida de los golpes de su padre. Uno de sus brazos tenía un moretón enorme, y en su cabeza tenía una cortadura que cubrió con su cabello.
Volvió a salir a la calle y caminó. Era un día nublado y como siempre, el barrio muy silencioso. No obstante, Nahir caminaba y no se sentía sola. Pero ella venía más atenta de su dolor de cabeza, y no le dio importancia, ya que esas sensaciones eran normales en ese barrio.
Pero comenzaron a sentirse pasos ajenos a los de Nahir. Ella se avivó de esto y se frenó mirando alrededor. No vio a nadie. Y continuó caminando, pero los pasos aún se escuchaban, y ella decidió no pararse a escuchar.
Estaba a punto de llegar a una esquina, cuando detrás de ella aparecieron cinco hombres gritando. Uno le sostuvo las manos y las ató. Otro la sostuvo de la cintura, otros dos se encargaron de atarle pies y piernas, y el último le vendo la boca. Entre todos luego, la tomaron y sostuvieron hasta que apareció una camioneta blanca, y allí la montaron en el baúl tirándola como si fuera un simple saco de papas.
Nahir lloraba. No sabía lo que le esperaba. Trataba de gritar, pero con la boca vendada no podía hacer mucho.
Los hombres subieron delante y reían con malicia, orgullosos de su maniobra.
Eran tipos de buen tamaño, como de treinta años, todos de piel clara y cabello oscuro. Nada lindos ni nada simpáticos. Avanzaban en la camioneta como si nada hubiera pasado.
Nadie fue capaz de ver este horroroso espectáculo, ya que eran las ocho de la mañana y todos estaban realizando su jornada laboral.
Nahir vio su vida pasar por delante de sus ojos. Pensó en su madre, en su padre, en los sueños que no iba a poder realizar y los hijos que no iba a poder tener.
La camioneta arrancó y paró a los quince minutos en un barrio de muy mal gusto. Mucho peor que el de Nahir, que de por sí era un barrio infame.
El juego del miedo había empezado. Era la línea limítrofe entre el cielo y el infierno. El inicio del fin. Era todo o nada y Nahir no se atrevía ni a soñar con volver a casa.
La bajaron de la camioneta y la llevaron a un lugar con aspecto deprimente, parecido a un bar.
La dejaron por un rato amarrada y se fueron, regresando a los quince minutos con casi diez hombres más.
Por orden de uno, otro tuvo que ir a quitarle la franela y romperle el pantalón, dejándola así con poca ropa, pero no desnuda. Vaciaron una botella de ron sobre todo el cuerpo de la joven.
Mojada, semi desnuda y rodeada de hombres riendo... Era suficiente motivo para llorar del miedo.
Los secuestradores reían, bebían y muchos se le acercaban a Nahir para tocarla, guiñarle los ojos, pellizcarla o algo por el estilo.
Así paso toda la noche hasta las tres de la mañana. Dicen que esta hora, es la hora negra. La hora de la maldad, el dolor, las penas, los espíritus, las tristezas... La oscuridad en sí.
Esta vez, tomaron a Nahir y le quitaron toda la ropa. Ella trataba de esconder su llanto, que había durado todo el día.
Viendo esto, la golpearon una vez, y ella involuntariamente pegó un grito. Esto ocasionó que le dieran más fuerte. Ella lloraba...
Pronto la desataron, pero esto no significaba libertad. Todavía la sostenían de manos y pies mientras reían como maniáticos.
Uno de ellos comenzó a quitarse la ropa y se abalanzó sobre Nahir mientras los demás gritaban y reían. Ella comenzó a llorar y gritar más fuerte... Aterrada. Trataba de soltarse con todas sus fuerzas, pero no podía. Todos pasaron, todos lo hicieron. Todos utilizaron el cuerpo de la niña como si fuera de plástico vacío. 
A las tres horas, Nahir se encontraba tirada en un rincón ya con su ropa. Adolorida, traumada, solitaria... Lo único en lo que pensaba era en el por qué no la mataron de una vez y ya... No se movía, ni siquiera tenía fuerzas para llorar. Solo mantenía su mirada fija al medio de la nada. Los hombres dormían. Nahir mantuvo la idea de escapar por casi una hora, pero no tenía las fuerzas necesarias.
Llego un momento, en el que Nahir notó que si no escapaba, probablemente después no la terminen de matar y la quieran lastimar más. 
Intentó levantarse. Trataba de moverse y tardo casi media hora en poder pararse. 
Cuando finalmente lo logró, buscó el bolso que traía y no lo encontró. Motivo por el cual no iba a poder entrar a su casa, y mucho menos querría pedirle a su padre el favor de abrir la puerta. Decidió irse sin él. 
En aquél tétrico lugar, había una estrecha ventana. Nahir, con todo y su falta de fuerzas, tuvo que arreglárselas para salir por allí sin hacer ruidos.
Una vez en la calle, lastimada, decaída, apenas pudiendo caminar, tomó fuerzas. Decidió enfrentarse con valor al mundo y a su lado más frío, oscuro y cruel. Y así emprendió su camino a ningún lugar... 

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