lunes, 23 de julio de 2012

"Usque a domum"


Tal vez suene algo "un poco muy repetitivo" de mi parte. Mis conocidos ya se deben haber hartado de escuchar mis quejas, leer mis escritos nostálgicos, enterarse de mis llantos contenidos y soportar verme decaída en determinados momentos, horas del día, meses o fechas. Sin embargo, necesito transmitirlo, y si no puedo hablar con nadie, no me queda de otra que escribir para que sea leído, y en otros casos, es mejor sólo contárselo a alguno de mis muchos cuadernos, y a sus humildes y acojedoras hojas en blanco.
Y otra vez empezaremos con el mismo cuento... Por más que lo conozcan al derecho y al revés, se los contaré una vez más, porque es un sentimiento aún vivo y presente; el muy desgraciado sigue sin irse de aquí. Pero tarde o temprano tendrá que desvanecerse.
Mi vida no es exactamente la misma desde que partí de mi casa. "Partí"... Me hicieron partir. Creo que agradezco mucho a esas experiencias, y a todos esos momentos que no fueron malos, pero que tampoco fueron buenos en absoluto, ya que me hicieron encontrarme con mi único escape a todo: La escritura. Es mi refugio. La soledad me ha concedido tiempo de sobra para pensar, y más tarde, para aprender a razonar algunas cosas. Aunque claro; mucho pensar y tanto razonar, pone a desfilar por mi mente muchos recuerdos. Pesados, fastidiosos... Sí, ustedes, recuerdos. Considerense completamente culpables del hecho de que me crean una depresiva sin remedio. Me encantaría que la gente que me rodea me conociera tal y cual soy en serio. Si tan sólo entendieran todas las palabras a las que estoy acostumbrada, yo tal vez hablaría más fuerte, claro, fluido, sin dudar, sin titubeos, y sin tener que frenarme a explicar cada una de las palabras empleadas... Creo que si eso pudiese ser así, me provocaría más hablar con las personas y sería más sociable... No me costaría en lo más mínimo hacer amigos, y no estaría tan sola. Parece una estupidez, pero todo se reduce a eso. No importa, de todos modos ya perdí el hábito de la conversación. A alguien como yo, se le hace muy difícil sentirse cómoda entre personas con las que se tarda tanto en tomar confianza. Además, claro, es imposible evitar comparar a todos con mis viejos amigos. Nada es igual a lo que estoy acostumbrada. No es ni parecido. 
Me doy cuenta de que cada vez extraño más y más detalles de los que jamás me había percatado del todo tiempo antes. Allá todo era tan grande, en todos los sentidos... Y aquí ahora todo se siente tan pequeño. Extraño tanto asomarme por la ventana de mi cuarto y ver al vecino de enfrente disfrutando de ver pasar a las personas, mirando detenidamente las hojas de los árboles danzando y los autos pasando a toda velocidad por la Avenida Maipú. En algún tiempo pasado, hace casi cuatro años, esa hermosa actividad era realizada por su esposa, la señora Teresa, antes de haber fallecido de cáncer. Recuerdo perfectamente a doña Teresa. Todos los días, a toda hora, estaba en la puerta de su casa, con esa inagotable sonrisa siempre viva. Pantalón bordó, suéter verde oscuro y siempre algún gorro de lana, para ocultar su calvez (producto del cáncer). No necesitaba alaja alguna, ya que se veía siempre bella, radiante, elegante y simpática con sus mejillitas enrojecidas por el sol y aquella enorme y envidiable sonrisa. Diario iba hacia la ventana de mi habitación a saludar a la señora Teresa, compartiéndonos cariño entre amistosas risas. La ventana... Esa ventana... Mi ventana. Amaba esa vieja ventana. No tenía nada físicamente extravagante, además de su colosal tamaño. Tal vez mi refugio ahora sea la escritura, pero alguna vez lo fue aquella ventana. Solía abrirla completa desde la tarde hasta la noche; levantaba la enorme perciana hasta el tope, allí me sentaba en silencio con una libreta a observar el cielo cuidadosamente, a memorizar cada uno de sus detalles, anotando todo, aprendiéndome la ubicación exacta de la constelación de Las Tres Marías, la de la Osa Mayor, y mi favorita, la Estrella Polar. Aquella era tan sólo una estrella, pero... Era enorme, bella, y se veía como la perla más preciosamente pulida que había levitado en el cielo. Mientras las demás estrellas emitían su común y blanco brillo, Estrella Polar resaltaba entre todos los astros por el aura azul celeste que emitía. Diariamente y durante muchísimos años, esa pequeña y simple actividad me llenaba el alma de paz. Polaris (también así llamada) no era mi única compañía. En el edificio de al lado, habían por lo menos diez pisos. A veces se asomaba la pequeña Delfina y su hermanito de dos años al balcón de su departamento a jugar con avioncitos de papel pintados con lápices de colores. Delfina era una niña de cinco años. O bueno, ya creció. Debe tener casi ocho años ahora. Sus risitas traviesas solían ser la melodía de mis noches. Sus curiosas preguntas sobre la luna y sus cambios de posición me hacían sentir una importante fuente de respuestas para ella. 
Las noches eran maravillosas, claro. Pero las tardes no se quedaban atrás, de ningún modo. Se me hace imposible olvidar aquellas caminatas largas al lado del río, observando barquitos a lo lejos. Una vez terminado el camino al lado del río, se llegaba a una pequeña plaza, no muy linda, no muy nueva, pero irradiante de una fabulosa alegría. Sí lo recuerdo... Recuerdo perfectamente aquellas murgas de la tarde. Aquellas quince personas que se reunían todos los sábados a darle alegría al lugar. La música invadía el ambiente. Revoleando los brazos, bailando de forma libre, mientras el sonido de los bombos, silbatos y tambores resonaba por toda la plaza, y derrepente yo me encontraba bailando al ritmo de los tambores, felizmente entre hippies y rollingas que pasaban la tarde allá, tomando mate con bizcochos dulces. Era precioso sentarse entre tantos desconocidos, tan confiadamente, mientras mirabamos al sol ponerse, sabiendo que nadie iba a lastimar a nadie, y volver a casa sanos, felices y con un recuerdo más en la mente, con el espíritu adolescente satisfecho.
Mis desconocidos amigos... Sí, extraño su compañía tanto como el sonar de bombos y silbatos. La murga era preciosa. Yo tenía sólo doce años recién cumplidos cuando bailaba en la murga entre diecisieteañeros. Más tarde me sentaba en la plaza grande, esperando a que mi mamá pasara por mí. Recuerdo que al irme a buscar al gigantezco parque, mi madre siempre me preguntaba qué había hecho. Siempre le respondía que sólo caminé cerca del río, "como siempre". A ella nunca le agradaron las ideas sobre murga. Me mataría si se enterase de aquellos momentos. Veía a todos los jóvenes de la murga como un montón de "negros catinga" y drogadictos sin remedio. De alguna forma, la compañía de todos ellos me hacía muy feliz.
Inmediatamente, al llegar a casa me bañaba y me sentaba en mi ventana a observar los safiros del cielo.
Algo que nunca olvidaría son también esas mañanas de otoño. Abría lentamente mis ojos y me encontraba tibiamente tapada por mis sábanas blancas con bordados de flores amarillas. Me destapaba y saltaba de la altísima cama litera al piso. Recuerdo cómo se inflaba mi camisón cada vez que hacía eso. Era tan perfecto despertar iluminada con un ligero y finísimo rayo de sol sobre la cara... Era mi beso de mañana. Entonces bajaba las escaleras y solía conseguir la casa fresca, impecable, con las enormes ventanas abiertas de par en par, iluminando así cada rincón. Aquella hermosa rutina finalizaba cada vez que respiraba profundo y aspiraba el dulce aroma de las flores del patio. Todo parecía perfecto, e inmediatamente me vestía y salía a caminar. Pasaba horas bastantes recorriendo las calles, sin prestar atención a señales, carteles y siempre con mi humor de ensueño, perdida en lo bello que me parecía el color del cielo. En mis recorridos siempre iba por detrás de mi casa. Doblar a la derecha, caminar una cuadra, y cruzar a la izquierda... Cómo olvidarlo. Siempre iba hacia ese lugar en busca de Michelle. Era una de mis mejores amigas. Bueno... Michelle era una gatita de la calle, sin dueño, pero por alguna razón, siempre andaba impecablemente limpia. Ella era blanca con manchas negras, y los ojos color miel. Amaba conversar con ella, ya que tal parecía, cada vez que yo le hablaba, esta respondía con un sonoro maullido. Era la única con quien hablaba en mis momentos de ensueño. Últimamente me la paso mucho pensando en michita-Michelle, y suelo derramar un par de lágrimas. Hasta donde sé, luego de mi partida, dos de mis amigas fueron en busca de Michelle, a regalarle alimento, ya que yo no estaba para hacerlo como antes, y nunca la encontraron. La última vez que fui a mi casa, después de más de un año sin estar por allá, iba a aquel lugar en el que yo y Michelle nos encontrábamos siempre. Sin embargo, aún visitando dos veces por día ese lugar, durante veinticinco días, nunca la encontré... Nunca apareció... Cada día que fui a buscarla sin encontrarla, no podía evitar llorar de desesperación, casi sin aire en los pulmones. Sentí que se había perdido la mitad de mi alma. Conocía a Michelle desde mis ocho años. Me sentía tan culpable... Juraba que había muerto por mi culpa, por mi ausencia. Juraba que por culpa mía, Michelle, mi más fiel amiga, había muerto de hambre. Extraño mucho su cabecita dormida sobre mis piernas, su incansable ronroneo... Su forma única de esconderse bajo mis piernas jugando. Amaba verla parada sobre sus patas traseras, tratando de alcanzar alguna de las hebillas con las que yo la incitaba a jugar. Continúo con algo de esperanza de que Michelle está viva, y que algún día voy a volver a encontrarla.
Aunque también tenía la esperanza de reencontrarme con muchas personas, y sé que no las volveré a ver. La distancia me hizo perder a tantos de mis amigos...
Soy una persona que no se arrepiente de nada, ya que considero que las cosas buenas quedan como recuerdo, y las malas sirven para no volver a repetir el error, y no. Tampoco me arrepiento de haber dejado que mis amistades me dejen como me dejaron. Ahora sé que su egoísmo era más fuerte, y no eran capaces de esperarme hasta el último momento. El orgullo es fuerte. Pero no puedo negar que los necesito mucho. Ya no tengo casi nadie para hablar. O bueno, sí... Para chatear. Pero no para hablar. 
Recuerdo que alguna vez fui tan expresiva... Era la que hacía que mis compañeros/as estallen en una carcajada mientras las lágrimas caían por su rostro. A mí alguna vez me encantó sentarme a conversar con gente que no conocía. De hecho, rara vez conseguía algo más entretenido y enriquecedor para hacer. Como ven, amaba las calles. Me encantaba conversar con mis vecinos. Qué distinta de la tipa que está ahora encerrada en su cuarto, sentada en su cama, con ojeras, y escribiendo estas palabras, con un notorio destello de falta de inspiración. 
Muchos supondrán que mudarse de país, a esta edad, especialmente, es una tontería. O bueno, supondrán que es difícil, pero realmente no entienden cómo ni por qué. Y podrán llamarme "emo". Algunos me verán como una "depresiva", pero creo que hay detalles de mi pasado que no han observado tan detalladamente como deberían. 
Esos estúpidos consejos... Todos con la idea de "Sé feliz igual" me hicieron alcanzar el estado mental en que estoy ahora. Aprendí a ser libre entre cuatro paredes, pero no a salir de allí.
Aprender a convivir con un pesar no es lo mismo que superarlo y ser feliz de verdad, sin mentirse a uno mismo. Yo sigo sonriendo, aunque en alguna parte de mi inconsciente sé bien que estoy engañándome. ¿A quién puede gustarle esta vida?
Salir tan sólo veinte minutos por día de una habitación, únicamente para tomar agua y a veces comer. Pasar día y noche pegada de este maldito aparato que es el vicio que me sostiene. Tal como una droga.

Tal vez puedo decir que es algo muy similar al alcohol... Es que no te hace feliz realmente. Sólo lo haces y no sabes por qué.

Recuerdo bien que cuando salía hacia el aeropuerto, y yo me encontraba en el taxi, me estaba quedando dormida. Había pasado los últimos tres días de mi estadía en casa sin dormir, empeñada en aprovechárlos al máximo. Pero tan pronto sentí que me había desvanecido para entrar al séptimo sueño, en mi mente se manifestaron dos preguntas que no fueron generadas por mí.
"¿A dónde vas? ¿Para qué?"
Inmediatamente me desperté con lágrimas en los ojos y mirando a las calles una vez más. Lo primero que me extrañó de aquella situación fue la manera en que las preguntas se manifestaron. No fue por palabras, no fue por "una voz", no las pensé yo. Aparecieron en mi mente por una milésima de segundos y desaparecieron así. Sentí ganas de hablarlo con alguien, pero no sabía expresar exactamente qué fue lo que pasó, por lo tanto nadie podría ayudarme. Lo segundo que me extrañó fue lo precisas que fueron. Tras mucho pensarlas, no conseguí respuesta. No sabía a qué iba a donde iba.
Y así mismo, sigo sin entender qué hago aquí. Tal vez la gente no mentía, y mi propósito aquí es enamorarme, y hasta que eso ocurra, nada se resolverá.
Lastimosamente, para esto ha de faltar bastante tiempo. Mi necedad y yo no lo permitiremos. Consideremos eso como una nueva lucha...

¿Quién ganará esta vez, el orgullo o el corazón?



Sabrina A. Jackson Gallagher
(Aclaración: "Usque a domum" significa en latín "Lejos de casa")

domingo, 22 de julio de 2012

Libre entre cuatro paredes



Me han preguntado muchas veces cuál es mi visión de la vida. Jamás supe explicar con exactitud lo que yo sentía en cuanto al mundo. Finalmente me puse a pensar, y no saqué la conclusión exacta, pero sí algo mucho más cercano de lo que esperaba concluir. No voy a argumentar nada. Simplemente quiero que se imaginen lo que les diré en forma de secuencia. Quiero que se imaginen una habitación de muchos colores. Muchos rojos, muchos amarillos, muchos rosados, azules, verdes, naranjas, celestes. Por aquella habitación, flotan burbujas por montón. Dentro del cuarto hay una inmensa cantidad de juguetes. Sí, hay juguetes, peluches, de los cuales muchos de ellos son ositos, conejitos y esa clase de cosas que se consiguen en el cuarto de una niña de cuatro años. También hay una alfombra multicolor que cubre todo el piso. Estrellitas brillantes pegadas por las paredes, junto a muchos dibujos y carteles de payasos sonrientes. Todo ahí es perfecto, y es sólo un juego. Es  hermoso, una fantasía, un lugar radiante. Allí no hay ninguna puerta, en absoluto. Sólo cuatro paredes, un techo y el piso.
Pero espera, no quieras concluir tan rápido, que no he terminado.
Dentro del cuarto estoy yo, como una niña. Cantando, bailando, jugando en el piso, hablando con ángeles, hadas, duendes... 
En el interior de aquella enorme habitación, imagina en un rincón una especie de máquina. Sólo una atracción más... Este es el planeta tierra. Cada vez que yo quiera puedo ir y jugar con él, hacer lo que me plazca y ser libre allí adentro. Paso más tiempo en ese mundo que en toda la hermosa habitación. No tengo cadenas en ese mundo. 
Sin embargo, no se olvide el hecho de que sigo encerrada. Soy libre, pero sigo atrapada. Estoy encerrada en mí misma, pero a la vez estoy libre, y me manejo en y con el mundo cuando quiera, y cada tanto, vuelvo a mi habitación a jugar con los juguetes ilusamente hermosos de mi mente. 
Tal vez algún día lo pueda expresar mejor. Pero por ahora, he allí lo único que tienen que entender.

Soy libre... entre cuatro paredes.

jueves, 5 de julio de 2012

Cigarrillos y alcohol


(Aviso: "Cigarrillos y alcohol" es algo que deben leer, imaginando a una mujer de treinta y un años contando su historia. Sí, es mi historia y nada aquí es mentira)

Crecí en una familia "normal". Madre, padre, hermanos, abuela, tíos, primos... Padre... Un padre. Sí recuerdo en lo más profundo de mi alma ver a mi padre sentado  en la cocina frente al televisor, con su vaso y su botella de cerveza al lado, y un paquete de cigarrilos abiertos. Impasible, pero con sus sonoros y aturdientes roquidos, rugidos que resonaban por toda la enorme casa de mi abuela, mientras yo correteaba por la gran escalera, abría puertas, cajas y cajones, y prendía y apagaba aparatos extraños que conseguía. 
Recuerdo ese día en que vi a mi padre despertarse y caminar al baño, dejando al borde de la mesa y a mi perfecto alcance esa enorme botella de líquido frío, amarillento y con abundante espuma blanca. Yo era una pequeña, no entendía qué tipo de poción era esa. No comprendía por qué mi papá se veía imposibilitado a vivir sin este, ni por qué cada vez que lo tomaba caía dormido un rato más tarde, ya sea en una cama, sillón, recostándose sobre una mesa, o bien, sentado y con la cabeza volcada sobre el hombro. No entendía tampoco por qué esa irritabilidad en él, o el rojo de sus ojos, ni el constante tambaleo al caminar.
Una vez activados mis recuerdos en aquel corto instante, tampoco entendía por qué mi madre lo odiaba tanto. Recordé inmediatamente la ocasión en que "mami y papi" discutían a gritos, entre "malas palabras", o "palabras feas", mientras mis ojos de niña de cuatro años, iban y venían entre la monstruosa escena, en la que mi madre rompía las botellas de "aquél líquido", entre lágrimas, mientras mi papá a gritos, abría otras y las vaciaba sobre mi madre, y yo volvía la mirada rápidamente a mi pequeño pizarrón, en el que yo me encontraba inocentemente dibujando flores, casas, soles y nubes a tiza blanca. Mis pupilas viajaban entre "papi y mami", y mi pizarrón... Mami, el pizarrón; papi, el pizarrón; mami, el pizarrón; papi, el pizarrón, cuando derrepente siento caer sobre mí esa esa olorosa sustancia que entre mis padres se vaciaban. Esta bajó, empapó mi ropa y mojó mi pizarrón, borrando así la casa, el jardín floreado, los árboles, el radiante sol y la pequeña laguna, en los que puse tanto empeño. No hice más que correr llorando a mi mamá, que se encontraba gritando cual endemoniada aún, y al ver que esta ignoraba o no escuchaba a los llamados de mi débil voz, dejé mi pizarrón con el paisaje borrado por el chorro de cerveza, en algún lugar del piso y me fui entre lágrimas y con mi ropa mojada a esconder detrás de alguna puerta cercana, de manera que tuviera oportunidad de continuar observando curiosa y triste la salvaje escena. 
Apenas finalizó la proyección en mi cabeza de aquel recuerdo, me dí cuenta de que mi padre volvería del baño en cualquier momento. Yo continuaba igual de intrigada y deseosa de entender aquella rareza.
Elevé mis manos hacia la mesa (a la cual me sentía muy orgullosa de haber alcanzado en altura recientemente) agarré el gran vaso de vidrio, lleno de misterioso líquido y sorbí mi buen trago, que por cierto, no fue ningún "sorbito". De inmediato, algo me hizo considerarlo algo malo y sucio. Apenas lo tuve en mi boca, sentí ganas de escupirlo, y sin embargo, en pleno momento de desesperación, lo tragué por accidente. Asqueada, confundida, busqué un poco de agua y me sacié de ella hasta ya no sentir en mi boca ese horrendo sabor a veneno. Inmediatamente después escuché cómo se abrían las puertas del baño al fondo del corredor, y salí de la cocina para volver a mis juegos. 
Ese líquido de abundante espuma, apariencia mística y dorada, de fuerte olor, era la misma desgraciada que arruinó años de mi vida, de la vida de mi padre, la de mi madre, la de mis hermanos y se entrometió en la mía, que pudo haber sido una bella y tranquila infancia.
Hoy día, miro mi patética vida. Me encuentro bebiendo la misma basura que mi padre, aspirando cada tantos segundos el putrefacto humo de mi cigarrillo, que recorre mis pulmones sin que  me importe evitarlo. Mi vida y lo que vaya a ser de ella me importa poco. Sé bien cómo terminaré. 
Ahora pienso en mi padre. Lo recuerdo sentado con su botella de cerveza al lado, los ánimos por el suelo y los ronquidos que resonaban por toda la casa. Me pregunto si él estaba pasando por el mismo dolor que hoy, a mis treinta y un años de vida experimento...



Sabrina A. Jackson Gallagher



Conviviendo con Annie


Yo era la mejor...

O así me sentía. Así aprendí a amar lo que hacía. Así aprendí a exigirme más y más, y así llegué a sentirme superada mientras comparaba mi hoy con mi ayer. Escribir, bailar, seducir al público así mi cuerpo no seduzca ni siquiera mi propia conformidad, enamorarme de mi escenario, dominarlo, prenderle fuego a mis bailes, profundizar mis escritos...
El truco está en adaptarse a la idea de que "yo soy lo mejor", sea o no sea cierto. Todavía lo siento.
Sin embargo, tratar de ocultarme tras esa idea, puede ser un poco fuerte, ya que la mente humana tiende a conservar más de las cosas malas, que las buenas. Así que el método de sentirme la mejor me costó muchísimos años de dominar con facilidad.
Yo bailo, escribo, siento mi música, y siento todas y cada una de mis frases y lecturas también.
Sin embargo, mi nueva amiga no me permite ya hacer esto. Ella se llama Anemia. Pero yo le digo Annie. Es una enfermedad. Aunque no sea considerada exactamente una enfermedad, sino una deficiencia, así es como yo y mis íntimos la tratamos.
Annie es mi actual compañera, y no me ha dejado sola por un momento siquiera. Ha provocado tantas cosas en mí... Digo que Annie es mi amiga solamente porque es la única que está siempre conmigo. Esto no quiere decir que ella sea buena. No, no, Annie no es buena.
Annie ha logrado hacer llorar a mi madre, que me veía acostada en mi cama, con la fiebre más arriba de los cuarenta grados. También a mi padre, que me encontraba vomitando la bilis más horrenda que se hallaba en la parte más llorona de mi hígado. Pffffft... ¿Qué borracho en su vida ha vomitado bilis pura, tal y como Annie me ha hecho hacer a mí? Dos semanas de fiebre, dos semanas sin bailar, sin poder cantar, sin escribir casi y con hemorragias nasales.
Sí, aquellas en las que sin motivo alguno, te comienza a sangrar la nariz incontrolablemente. Méndiga enfermedad, nadie quería que vinieras. Triste que por más que quiera, por más que trate, mi estómago cerrado no me permite comer para curarme. Mis papás lloran, se espantan, se horririzan y se sienten derrotados cada vez que oyen pronunciar de mi boca las palabras "No tengo hambre, gracias."
Damas y caballeros, pero por sobretodo damas, quiero que estén enterados de lo siguiente.
¿Saben quién fue el causante de la llegada de Anemia?
La humillación... La vergüenza... Gracias a ellas, Annie está aquí. 
Claro, mírenme bien. Soy gorda, es obvio que en algún momento de mi vida fui víctima del "bullying". Pensarán que son cosas de niños, supondrán que no me afectó. Sin embargo, heme aquí hoy. Dejé de comer por muchísimo tiempo, mucho más que esos simples y antiguos cuatro días que pasé sin probar un sólo bocado. Comparado con esta ocasión, aquello fue una tontería. Cosas de niños. O más bien, de niñas. De niñas también afectadas por este virus llamado "vergüenza". 
¿Ahora ven? Sí me afectó.
Aquellas veces en que niños y adultos me trataban como a una niñita gorda, lograron que hoy esté aquí acostada en mi cama, tratando de que no se me pierda la vista en esta sopa de letras, mareada y sin poder caminar, ya que al pararme corro la inmediata posibilidad de marearme, perder la visión y caerme... Otra vez...
Repito: Méndiga enfermedad. A ti nadie te llamó y estoy esperando que te vayas lo antes posible. No me has dejado bailar, no me has permitido leer, y hasta me perdí de estudiar por tu culpa. 
¿Ahora entienden por qué el orgullo a veces no es tan malo? Si hubiese sido criada como una niña orgullosa, de mala educación, inmoral, mis oidos hubiesen estado completamente sordos ante aquellas palabras que hoy dejaron una marca tan profunda en mí. De ese modo, yo no estaría enferma, y con el autoestima tan decaído.
Sigo insistiendo: Valórate. Eres lo que eres porque así la vida lo quiso. Tienes salud. Ella te permitirá trabajar tu cuerpo hasta que estés conforme con él. Te repito: Valórate. Valórate, que el no hacerlo trae consecuencias, y aquí estoy yo escribiéndoles mientras me limpio la sangre que me chorrea de la nariz por culpa de Anemia. Vuelvo a repetirles que el hecho de ser personas sanas, fue entregarles en bandeja de plata la llave a un mundo de oportunidades, y a un destino incierto que ustedes mismos irán escribiendo a través de los que serán sus largos años de vida.

No olvides eso, y así todo será más fácil, tendrá más sentido, y motivación no te faltará. 
Mientras tanto, yo jugaré con Annie... O no sé. Tal vez decida pelear con ella para que finalmente se enoje, se rinda y se vaya. Dejaré la escritura hasta aquí ya que el dolor de cabeza no me permite seguir, estoy mareada y se me está empezando a perder la vista nuevamente.



"Dios" los cuide.



Sabrina A. Jackson Gallagher

miércoles, 4 de julio de 2012

Soñarla... Desearla...


Óyeme... ¡Despiértate! Tanto me deseaste, aquí estoy y tú estás dormido, volando entre las nubes de tus sueños... Deja de buscar, que allá no me encontrarás. Soy yo, sí. Lo creas o no, me has encontrado. Yo soy, en serio. Soy quien tanto estuviste buscando. Mírame. Observame bien. Recorreme de pies a cabeza con tu mirada. Sí. ¿Ya te diste cuenta? Soy yo, la mujer perfecta. Soy aquella con la que tanto soñaste, y me anhelaste por noches y noches sin saber que algún día me hallarías, ni conocerías mi nombre, ni mucho menos comprobarías mi existencia. Sí, lo sé, es difícil de aceptar que estoy haciendo, finalmente, acto de presencia.
Tal y cual tú me imaginabas. Así soy.
Mírame bien. Así de largas, suaves y lisas son las piernas de mujer con las que tanto soñabas despierto. Pues son mías. Y también tuyas. Son estas las caderas que imaginabas moverse sensualmente en compañía de la brisa desértica. Es el mío aquel cuerpo escultural que imaginabas, como el de una perfecta musa griega. Acércate más a mí y mira bien mi cara. ¿No es este el bello rostro femenino que tanto deseabas? Aquel que imaginaste como hecho de porcelana blanca, pero tan suave como la más fina seda china antigua. Mis ojos son aquello mismo que veías cuando suspirabas observando los destellos del cielo nocturno. Sí, también son mis labios los que poseen ese dulce sabor con el que tanto soñaste deleitarte.
Soy yo la que goza de tus mismos gustos. Comparto tus mismas ideas. Nuestras ideologías son similares. También soy la única que sabe dónde tocar, dónde besar y dónde acariciar para que reboces de gozo inmediato. Conozco todos tus secretos. No conseguirás sorpresas de mí, ya que soy todo tal y cual lo deseabas. Mira mi cabello, tan suave, sedoso, libre y largo hasta las caderas, como siempre consideraste tan provocador.
Soy yo quien te complace, quien te da todos los gustos. Sí, mis manos son las que te acarician y rizan tu cabello cuando estás allá, en el otro mundo, libre y volando entre las nubes de tus sueños, buscándome y sin encontrarme. Tus manos recorren ansiosas mi piel. Veo tus nervios al conocerme, pero no te asustes. No soy nada del inframundo. No soy mala. 
Soy todo lo que quieres. Pero por desgracia, no soy todo lo que necesitas. Tú deseaste a una mujer como yo, y aquí la tienes. Pero no te serviré de nada.
Al ser sólo lo que tú querías, no hay nada en mí que te complemente. Deseaste y obtuviste. Por desgracia, lo que uno pide, no siempre le sirve de algo. Yo no te seré útil, no afectaré en ti, y sólo estaré aquí para ser contemplada y admirada, tal y como un trofeo. Soy inservible si de mí no puedes aprender ni obtener nada nuevo... Nada fuera de lo que tú ya querías. 
Aunque tal vez eso no te importe. Eso me preocupa. No te afectará por ahora, pero sí más tarde. 
Creo que deberías haber dejado que el destino te haga enamorarte de una mujer que tenga las cualidades que tú no tienes. De esa manera funcionarían como uno. Tú la completarías a ella, y ella te completaría a ti. Pero como sólo querías una mujer que fuera lo que tú considerabas "perfecta para ti", aquí estoy yo. 
Aunque pareces no escuchar mis advertencias. Mírate, con los ojos desorbitados, todavía perdidos en el recorrido de mi cuerpo. Sé que te has enamorado tan pronto me viste. Sé que estás ahora sordo ante cualquier palabra que intente evitar que estés conmigo.
Pero discúlpame, cielo, en verdad lamento con toda inexistente alma confesarte, porque así el Gran Señor lo manda, que yo no soy más que un producto de tu imaginación. Soy un aviso, una advertencia. 
Deja de buscar a la mujer perfecta. A tu mujer perfecta. Ella llegará sola y no será nada que tú en algún momento hayas deseado. Será tu complemento y será todo lo que necesitas. No sé si lo que quieres, pero sí lo que necesitas, sí lo que te hará bien y sí lo que te cambiará la vida para bien.
No llores, corazón, que él siempre llega. A todos. El señor Amor no abandona a nadie y se planta en el corazón de cada ser, al menos una vez en la vida de este.
A ti te tocará, te lo aseguro. No importa la edad, ya que muchas personas han conocido el amor verdadero a sus doce, trece, catorce años... Sí, te parecerán niños, pero muchos han encontrado el amor.
No te preocupes más por ello. No busques. Continúa tu vida y vívela, que es corta, y en ella hay mucho que lograr.

Y recuerda:

Ella llegará por su propia cuenta...


Sabrina A. Jackson Gallagher

martes, 3 de julio de 2012

Sin cara, sin cuerpo, sin dignidad


Ellos insisten en que voy a crecer como una fracasada, sin vida y muerta de hambre. Dicen que algún día me van a recordar como "la chica rara, que siempre andaba sola y no hablaba con nadie". Parece seriamente que no se aburren de subestimarme.
Cansa, avergüenza, estresa y hasta puedo decirles que sí duele bastante. Mi autoestima está por el suelo, y me encantaría estar 100% segura de que algún día recordaré todo esto y me reiré de ellos. Ya no pienso en aquel "Pffft... Sé que algún día estaré en la cima y podré reírme de todos". No. Ahora es un simple, sencillo, nervioso y tembloroso "Ojalá..."
Nervios, angustia, ansias, estrés, vergüenza, miedo... Todas sensaciones normales en la raza humana. Aunque en cada humano, particularmente, se cumplen de una manera distinta y por motivo (sí, motivos, nunca razones) distintos. 
'Sigue adelante' me dice algo, a lo que yo sólo me atrevo a responder 'Voy a intentarlo', aunque inconscientemente estoy casi completamente convencida de que no lo lograré. 



"Bueno, este es otro día en mi vida. La vida es como un libro, un libro es como una caja. Una caja tiene seis lados, adentro y afuera. ¿Cómo llegas adentro? ¿Cómo sacas lo de adentro hacia afuera? 
Había una vez, una hermosa joven, que vivía en una bella caja y todos la querían... "



Sabrina A. Jackson Gallagher