domingo, 3 de marzo de 2013

El romance de las 10 horas



"Aquel beso suyo me supo a cemento. Desagradable, gris, frío, poco deseado. Su sonrisa me parecía el escondite de una mala intención, la falsedad de sus abrazos me quemaba. Aquella hermosa sobreprotección se me hacía una manipulación.
Luego de sentirme una estúpida y haber dejado la dignidad que me quedaba en silencio, esperando que siquiera tuviera una pequeña intención de escribirme, hablarme como el buen amigo que alguna vez fue, que escribía todas las mañanas y hacía que mi día comience con una sonrisa... Luego de haber jurado una noche entre besos tentados que él era diferente, que quería protegerme. Dijo que quizás yo un día me olvidaría de él, pero él no me olvidarías jamás, y a las dos semanas dejó de hablarme. Caí como una tonta ante sus palabras tan poco precisas. Me dejó en el que parecía un sístole eterno, que aun no ha sentido diástole alguno. ¿Cómo fui tan tonta? ¿Qué pasaba entonces por mi cabeza? Ah, ya recuerdo... Mi mente repetía cual radio descompuesta "Gracias Dios, por fin puedo sentirme en paz". Quién diría que iba a ser tan débil, tan impaciente, tan poco hombre. Otro peón sobre el tablero que se dejó comer para abandonar el juego. Qué va... Ni quien necesite sus trucos mágicos para hacerme sonreír.
Yo digo que él ya no me interesa, pese a que aparezca tan a menudo en mis sueños, provocándome un extraño confort en el ambiente cuando duermo. Amanecí con él un día, entregándole todo lo que la prudencia me permitía, para que él, inconforme y machista, no vuelva a hablarme y se esfume cual haz de luz en la noche. ¿Qué demonios hago? ¿Querrías ser tan amable de contestarme?"

...le comentaba ella a la pared, al borde de un ataque de nervios, esperando una respuesta que no iba a ser recibida de aquella única que estaba dispuesta a escucharla. O quizás no, pero en todo caso no podría decirle que no. 

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