domingo, 3 de marzo de 2013

Ángel terrenal


No podemos decir que Lucero era la joven más bella del mundo, qué va. Ni la más aplicada tampoco. Y no se nos ocurra hablar de su forma de ser, no. No quiero llenarme la boca con críticas, ni infectar mi amado bolígrafo, o provocarme una inspiración maligna a causa de las mismas. Pero ¡Dios mío! Qué señorita con tantas fallas.
¿Pero qué había en ella? ¿Cómo su encanto de hada enmudecía la habladuría de la multitud que dejaba atrás al pasar? Quién sabe... Pero se la observaba siendo criticada por cosas que ella ignoraba que hacía, o bien, cosas a las que le daba poca importancia. Mientras muchos la veían pasar, tildándola de antipática, antisocial, soberbia, despreocupada e irresponsable, sólo una persona entendía su blanca esencia, aburrida, levitante, inconsciente. Deslizábase rozando muros, como flotando a centímetros del piso, como si caminara entre nubes, como si danzara con un fantasma enamorado, como si estuviese pero no lo estuviese. Como la presencia ausente. Como el canto mudo, o el susurro de Dios.
Cantaba en voz alta olvidándose de que estaba en público. La gente se le quedaba viendo, deleitados pero indignados al ver que ella no notaba la gloria que salía de su garganta, y que se mantenía con la vista perdida por algún punto desconocido del techo. 
Dentro de su casa era un fantasma de corredor. La buscaban en su cuarto para descubrir que ella no estaba allí, y se encontraban así con el caos de la habitación. La guitarra con todo y funda durmiendo en la cama, el teclado encendido, libros por todos lados, una incontable cantidad de cuadernos a medio escribir, rodeados de lápices por donde se mire. Allí no estaba Lucerito. Entonces había que buscarla en el segundo posible lugar en que la encontrarían, y así acudía su padre directo al patio trasero, donde encontraba a Lucero muy entretenida dialogando con una estrella:
"Pues no sé, estrella, pero por ahí cuentan los pajarillos galácticos que en la Osa Mayor habitan extraterrestres verdes con cabezas grandes. ¿Ah? ¿Cómo voy a saber yo si es o no lo es? Sabes que los pájaros hoy día inventan más de la cuenta. Pero tú no quieres decirme si es verdad o no, así que no hay mucho que pueda yo hacer. Verás que un día me duermo, voy hasta allá y lo compruebo. ¿Te gustaría que te visite a ti también?"
Tan concentrada se la veía regañando al astro porque esta no le quería contar las verdades de los cielos, que intuitivamente su padre no la interrumpía. Suponía que su hija estaba loca, y en parte quizás era así. Era una niña mitad fantasma, o quizás mitad ángel, pues cuando Lucero se encerraba triste por la noche, a la mañana siguiente los vecinos afirmaban haber oído cantar a una Diosa por la madrugada, pero no entendieron ni una sola palabra, si es que palabras pronunciaba aquella misteriosa y mágica voz.
"Qué jovencita extraña" pensaban, pero aun rara jamás sufría de hambre, no sudaba, no enfermaba, no pasaba necesidad y aun así era delicada como flor de jardín místico.

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