jueves, 7 de febrero de 2013

La frase cliché

En dedicación a mi amigo Sebastián, de Colombia, a quien encontré en estado algo depresivo cuando comencé a hablar con él, y luego de conversar un rato, ciertas palabras me revelaron una muy pequeña parte de su pensamiento. Por tal motivo, me acordé de él cuando escribí esto.
Sebas probablemente no entenderá por qué le dediqué esto sino hasta que llegue al final del escrito y lea el anteúltimo párrafo. También me arriesgo a que no se lo tome en serio, mas en alguna parte de sí, tal vez comprenda que mi preocupación es 100% sincera.


Imagínense un día sin mañana. Qué frase tan cliclé, ¿cierto? Pero les voy a enseñar un pequeño truco: Dejen de leerla como aquella frase que aparece por todos lados y leíste mil veces... Analízala.
Si te dijera que mañana vivirás, pero que no habrá ninguna mañana, y todo será noche... Tómate tu tiempo para imaginártelo. 
Date un momento para pensar con todo uso de lógica... ¿Qué ocurriría con el mundo si dejan de haber amaneceres? Por ende, tampoco habrían atardeceres. Si jamás amanece, jamás transcurre el día hasta el atardecer.
Fría noche... Los pájaros no suelen salir a oscuras, así que no volverías a admirar su libre vuelo, ni escuchar su dulce cantar en la mañana.
Jamás podrías volver a ver la incandescente bola de fuego descansar entre las montañas. No verías el bailar de las hojas al viento, y el césped verdoso. Total frialdad, eterna oscuridad. Ni una tibia brisa de verano, ni el aleteo de un colibrí.
A cierto punto, dejarías de sentir la hermosura de una visita de las estrellas, ya que de tanto verlas, te perturbaría su presencia. No disfrutarías de una salida a caminar sin sentir el cálido beso el sol sobre ti; solo un frío vacío que no sabrías con qué llenar.
No alcanzarías a ver la inmensidad de la montaña, ni el color de la flor. Ni siquiera el contorno brillante de la copa de un árbol, cuando este se observa con el mágico  y celeste cielo por fondo. No resaltaría.
¿Y de ti? Jamás tendrías la oportunidad de ser el enamorado que besa a su doncella a la rojiza luz del atardecer. No encontrarías, quizás, inspiración. No sabrías apreciar la belleza del planeta Tierra en su totalidad.
A veces simplemente es bueno despertar y comprobar que el sol continúa brillando, iluminando atardeceres, coloreando flores, enseñando el danzar de la hierba, haciendo cantar pajarillos, entibiando la brisa que nos roza, presumiendo del tamaño y sabiduría de las montañas, dándoles descanso a las estrellas, y haciendo que mil amores se unifiquen bajo la majestuosidad de sus rayos. 



Imagínense un día sin noche. Qué frase tan torpe, ¿cierto? Pero les voy a enseñar un pequeño truco. No lo leas como si fuese la tonta continuación del escrito anterior... Analízala.

Si te dijera que a partir de este mismo instante, vivirás, vivirás, y vivirás, mas sin embargo, no habrá ninguna pausa para que descanses... Tómate tu tiempo para imaginártelo. 
Ni un momento para frenar... Qué aburrido sería no hacer ni una pequeña pausa en el vivir. Constante trabajo, bajo el incansable sol, mas el agobiante pesar de que no tocarías tu cama, ya que después de todo, siempre sería demasiado temprano como para andar acostado. Siempre habría algo para hacer.
Qué sería, sin la noche, de aquella nocturna brisa refrescante, que te ordena las ideas que el día desordenó...
No me imagino qué fuera de mí sin poder ver las estrellas, aquellas delatoras del cielo, que sin darnos cuenta, nos relatan a través e su brillo las historias de cómo era el cielo hace millones de años, ya que el brillo que hoy vemos en el cielo, no existe, mas su luz continúa viajando. 
Pobrecitas las estrellas fugaces... ¿No te frustraría si fueras tú? Tanto tiempo de viajar por el Universo, esperando a llegar y presentar su magia ante nuestros ojos para que al pasar visitando nuestra Tierra, se diera cuenta de que nadie se percató de su brillo, por la claridad del entorno y el sol estorbando. Lo que me lleva a preguntarme... ¿De cuántas estrellas fugaces nos habremos perdido durante el día?
Qué triste sería que a la señora Luna se le empolvara su vestido plateado y nunca más pudiera subir a compartirnos su intenso encanto, vista envuelta entre nubes de ángeles.
¿Y de ti? ¿Serías capaz de vivir sin pausa ni la bella vista del manto galáctico cubriéndote?
Los satélites se aburrirían en el cielo, de saber que ya no pueden jugar con los seres de la Tierra, disfrazándose de estrellas, confundiéndonos traviesamente. 
El interior de cada quien no recibiría tantas visitas durante el día, ya que nadie se tomaría el tiempo de reencontrarse con sus recuerdos.
A veces simplemente es bueno llegar por la noche a casa, mirar por una ventana y encontrar que la luna aun flota sobre nosotros, siendo su brillante espectáculo la apertura de nuestra noche, mientras ves los cuentos de las estrellas, siendo tapado por las luces del firmamento, mientras tus pensamientos desfilan en silencio y te encuentras contigo mismo. Recuerda que sólo en la oscuridad podrás ver si tu luz interior realmente brilla.



Imagínense un día sin que vivas. Qué frase tan ilógica, ¿cierto? Pero les voy a enseñar un último pequeño truco. Duérmete durante todo un día y cuando despiertes, puedes seguir leyendo las líneas faltantes. Mas no despiertes ni media hora. Simple sueño continuo.

Si dijera que existe la vida, pero no tú... ¿Qué lógica tiene eso? Ninguna. ¿Cómo se me ocurre decir que la vida existe sin alguien que la viva? La vida sin alguien que la viva... Nada existiría. Nada. Ni siquiera la propia nada. Qué misterio.
Imaginemos la vida de algo inexistente. Algo inexistente jamás sabría que no está existiendo cuando podría estar haciéndolo. Desconocería por completo el brillar de las estrellas, el palpitar de un corazón, el canto de un pájaro. Quien no existe, no ve, no siente, no vibra, no irradia, no está, no se ausenta, no sufre, no se enamora. No tener vida es no tener nada, y no ser consciente de ello. No sufrir la soledad, no gozar de la compañía, no sentir amor ni sentir odio. Ni enojos, ni penas, ni miedos, ni hambre. Nada de valor, fuerzas, ni debilidad, ni sed, frío o calor. 
No vivir es no sentir, y no sentir, es no recibir, ni dar, ni reforzar amor. Nada de enamorarse. Sin risas ni llantos. Sin golpe ni caricia. No eres creado y no creas. No piensas, no descubres, no razonas, no analizas, no comprendes. No conocerías la diferencia entre la nada y lo que sí es algo. Nada de tacto, vista, olfato, oído ni gusto. 
¿Qué del sentir el sabor de la dulzura, o la amargura del limón? 
¿Qué del calor y la vibración energética de un abrazo? 
¿Qué del gozo al percibir un paisaje, o el color del inmenso y brillante cielo?
¿Qué del sentir el magnífico aroma del jazmín, y la frescura de la hierba campestre en la mañana? 
¿Y el deleite de un piano sonar, o la seducción y finura de una guitarra? 
Decir que no sentirás es algo tan inmenso, que no me cabe en palabras. 
A veces simplemente es bueno abrir la mente y darte cuenta de que estás viviendo. Para ti, el mundo sigue girando. Todo existe, todo vibra. Sientes, percibes, captas, ríes, lloras, hablas, callas y conoces la diferencia entre bien y mal.
Es algo tonto, ¿no? Que una persona como yo deba recordarte cosas que ya sabes. Pero estoy más que segura de que no lo valoras como debes a diario. Yo tampoco lo hago, pero poco a poco se aprende a hacerlo.
Cuando te acostumbres, vas a encontrar inspiración en cada detalle, y siempre encontrarás motivo para vivir.


Este escrito va dedicado a aquellos amigos míos que alguna vez tomaron el suicidio como opción, y también a todo aquel que alguna vez deseó no haber nacido.



Nota: Este escrito comenzó a escribirse entre lágrimas, y terminó de escribirse entre risas, sentada en plena naturaleza, oyendo el sonido de una quena y un tambor en unión. 

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