lunes, 20 de mayo de 2013

El holocausto


Nada se sabe de ellos. Nunca llegaron a unirse en sagrado matrimonio, ni se conocían detalles de su relación. Era extraño, no se sabía cuánto tiempo llevaban juntos. Pero estaban juntos cuando yo nací... También cuando nacieron mis padres. Incluso cuando mis difuntos abuelos nacieron. Eran como inmortales, eternos. Un amor misterioso, tanto así que provocaba cierta sensación de peligro, a tal punto que nadie se atrevía a indagar en ellos y sus rarezas.
Ella era un aveluz y él un fenix en eterno renacer. Cuentan las harpías del bosque que se incendió, que los habían visto por última vez la misma noche del holocausto. Era una noche normal y aun quedaban las hadas de la noche cerrando flores, rociando hojas y durmiendo criaturas. Entonces los vieron pasar, saltando troncos, pisando charcos, sin miedo ni asco. Iban descalzos, con poca ropa y agarrados de las manos. Ambos estaban envueltos en un halo de luces coloridas, como convertidos en dos estrellas terrestres que iban levitando sobre el suelo. Caminaron y caminaron, y no se sabe qué tan lejos llegaron, pues las harpías que los seguían, los perdieron de vista, y de las dos que continuaron, nada se sabe. Se cree que murieron en el incendio.
Los árboles tienen una indigna fama de mentirosos, y sin embargo afirman con toda seguridad haberlo visto todo, desde la desaparición de los enamorados hasta el inicio del infierno en que se sumió el bosque. Siendo así, acusan a los enamorados de ser los causantes del incendio. Todo habría empezado por un roce, una caricia, un beso, un susurro. Manos iban y venían, y los besos no se detenían. Vivían en un eterno frenesí, el ataque de la pasión, el juego de las pieles. Por ahí comenzó a sentirse el inmenso calor en todo el bosque, pues la esencia todo lo inundaba. Era la piel de uno ardiendo bajo la del otro. Cuando se introdujeron el uno en el otro, un susurro despertó una chispa. El calor seguía aumentando y las chispas continuaban brotando por todos lados. Pronto una llama pequeña atrapó plantas, árboles, cubrió las rocas y fue alcanzando todos los rincones. Muchos seres escaparon, otros abandonaron la vida y partieron a lugares mejores, seguros.

De los amantes jamás hubo noticias. Tampoco de las harpías curiosas, los alkonost no saben nada. La historia contada por los árboles recorre los rincones del mundo como un mito sin develar. 

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